Relatos de París
París se dibuja y vuelve a pintarse una y otra vez con colores siempre subyugantes, atrapando con sus cantos de sirena a propios y extraños. No se entrega a ninguno y, a la vez, crea la ilusión de estar con todos. ¿Cuál es su verdadera esencia? ¿Esa concentración de todas las formas de energía posible que conjeturó la enfermedad y aventura enciclopedista de Balzac? ¿Las calles y jardines por donde huían de sus sombras Los Miserables de Hugo? ¿Los cafés, librerías, el Studio des Ursulines, donde los surrealistas conspiraban entre el sueño y la realidad? ¿La mirada campesina de Aragon? ¿La esquina en la que Sartre perdió el existencialismo?
Es probable que cada una de estas visiones, aún iluminando un fragmento del verdadero rostro de la Bella, no pueda explicarlo por completo. Y aún menos, uniendo todos estos puntos entre sí. Al caminar abrazados a la cintura del Sena los héroes novelescos y los fantasmas poéticos que yerran, aman y mueren por la ciudad, serán sorprendidos en su última hora por una respuesta inesperada: París devino un personaje de sí misma.