Borges en diálogo

Es casi demostrable, que ninguna de las figuras eminentes de las letras en este siglo ha sido sometida a tamaña profusión de conversaciones, diálogos, como Borges; bien y mal intencionados, serviles o polémicos, triviales o reveladores. Y que nadie, en esas circunstancias, ha producido siempre tal sensación de imbatible; a fuerza, genialidad aparte, de un espíritu de verdad basado sobre todo en lo paradójico, en la exclusión del pensamiento dual (bueno y malo, justo e injusto, bello y feo, etc.), esa forma mezquina y cómoda de reflexión. Pero hay, también, otro hecho singular, y que estas conversaciones con Osvaldo Ferrari lo ejemplifican mejor que cualquiera de las otras que conozcamos: Borges emplea el diálogo de la manera clásica, que arranca con Platón y Luciano; el diálogo como medio para el análisis de ideas controvertidas, y asimismo, incidentalmente o no, con propósitos satíricos (la concepción clásica de que la sátira enriquece el diálogo). Hay en Borges algo así como un rasgo de sabiduría —o astucia—, complementaria: mantiene siempre un perfecto equilibrio entre la llaneza de una conversación corriente, y cierta formalidad que estimula la discusión.
Conocemos el amor de Borges por las letras inglesas. ¿No es lícito imaginar, leyendo sus objeciones y respuestas a Osvaldo Ferrari, el placer con que las leerían Berkeley, Swift, Wilde, también notables cultores del género?
Alberto Girri