Los mares de la Luna
Julián y su esposa Emilia asisten a una fiesta en el casco de una estancia. Los invitados pertenecen al mundo de los negocios internacionales, el marketing y la moda. El esplendor parece asegurado. La historia circula o se estanca en una escena perpetua o en un océano de escenas donde abundan el humor, la ironía, las ligerezas y las frivolidades típicas de las fiestas exitosas. Algunas incomodidades insinúan sospechas y prejuicios, ponen en contacto a personajes naturalmente recelosos y protocolares. Pero la fiesta se prolonga, dura más de lo que debería durar. ¿O es que no existe una duración convencional para una fiesta, en la medida en que siga siendo divertida y tentadora, al borde siempre de la orgía y de la catástrofe? Con estos elementos, Luis Sagasti compone una novela estremecedora, a la que se acercan la alegoría y la sátira, pero que sabe permanecer novela gracias a un sutilísimo ensamble de niveles narrativos y registros, a una formidable tramoya que la convierte en el vehículo ideal de un montón de ideas y reflexiones. Sin embargo, la identidad final, acaso como en alguna novela de Ishiguro, la complementan una cantidad de indicios en apariencia fortuitos que alcanzan en la reconstrucción un estatuto irreemplazable. Así, el tiempo paradójico o inverosímil, la continuidad por momentos azarosa y la efervescente unidad de lugar de Los mares de la luna impregnan los delirios de la realidad con una lógica interna que la convierte en un espectáculo ficcional imprescindible.