Doce cuentos peregrinos
En Ginebra, un ex Presidente latinoamericano recobra el gusto por la vida y el interés por la política gracias a una oportuna amistad; un colombiano viaja a Roma con un milagro ingrávido como equipaje e inicia de este modo el tránsito de su propia canonización; una mujer que se alquila para soñar sueña que alguien la sueña, y su sistema perfecto de vaticinios no la precave a ella, sin embargo, del naufragio. Así, contando como nadie, García Márquez cuenta Doce cuentos peregrinos. Trece, quizá, ya que el prólogo también cuenta y registra el origen y el alcance exactos de estas historias: "una colección de cuentos cortos, basados en hechos periodísticos pero redimidos de su condición mortal por las astucias de la poesía".
El autor de Cien años de soledad pasó dieciocho de los suyos escribiendo, perdiendo y volviendo a escribir estos cuentos. Prodigios del peregrinaje: evoca así con radiante precisión la ciudad inequívoca y deslumbrada de un político en el exilio, o busca a Roma en Roma para hallarla distinta en el laberinto de su nostalgia. Anécdotas, personajes y objetos habitan los relatos: Česare Zavatti ni agota argumentos, Borges asoma lateral en una historia que acaso sospechara, Neruda despierta con el monograma de la almohada en la mejilla, alguien guarda como trofeo un bastón de nácar que perteneció a Aimé Césaire, el gran poeta de la Martinica. También cada uno de estos Doce cuentos peregrinos se apodera del lector y deja que éste lo posea como un talismán, como el recuerdo de una travesía -la más bella, la más vívida que la memoria y la imaginación consientan.