Las montañas del oro
En su primer libro, Las montañas del oro, Leopoldo Lugones siguió a Victor Hugo, como casi todos los poetas de su tiempo. A esta influencia dominante agregó otras afines: Walt Whitman, Leconte de Lisle y aun Díaz Mirón, y también algunas hacia otras vertientes: Baudelaire, Heredia, Verlaine, José Asunción Silva, Edgar Allan Poe...
Obra de los 23 años, revela ya un dominio de la forma, un impulsivo temperamento poético, una valiente afirmación de convicciones personales y la capacidad de aprovechar las lecciones de otros poetas. Las Montañas del Oro no es un libro de principiante; se propone como un largo poema con una introducción, tres ciclos y dos reposorios. La forma de sus partes varía entre la poesía con un verso debajo de otro, a los versos agrupados como en prosa, separados por guiones, y a la prosa del último ciclo. El intento de Lugones es épico. Frente a la ciencia y el progreso, el nuevo mundo ofrece la posibilidad de la consumación en la poesía; aquí el poeta ha escuchado las voces del trueno, el mar, el viento, y ante el vacío del infinito, por el destierro de Dios, decide llevar al hombre en un nuevo éxodo en busca de la Torre de Oro, que se levanta sobre la Aurora de un Génesis recorrido a la inversa. El trabajo de Lugones no sólo consiste en fundar una obra personal, sino sobre todo en hacer el inventario del continente esperanzador. Lugones recorre el mundo, descubre y nombra a sus seres, registra sus crueldades y sus tristezas, propone el amor, la esperanza y la fe.