Canto a mí mismo
Walt Whitman es la figura capital de la lírica norteamericana; es, por antonomasia, el poeta de América. Poeta de una sola obra-como Baudelaire, por ejemplo, con Las flores del mal-, Walt Whitman fue aumentando, enriqueciendo y reelaborando sus Hojas de hierba; la edición aparecida en 1855 tenía noventa y cinco páginas, mientras que la octava, de 1882, rebasaba ya las quinientas. De ese vasto y admirable conjunto, que tanta influencia ha ejercido en la evolución de la poesía universal, una de las partes más expresivas es el Canto a mí mismo. A otro gran poeta de lengua castellana, a aquel que ha asimilado más íntimamente la lección de Whitman, a León Felipe, le estaba reservado el privilegio de traducir por vez primera el Canto a mí mismo, donde están contenidos la doctrina y el mensaje de su obra total. León Felipe ha hecho cosa muy distinta de las habituales translaciones literales, en las cuales suele escaparse la poesía; ha trasvasado de espíritu a espíritu, ha recreado esta obra con vibración y acento genuinamente whitmanianos. Así lo advierte en su prólogo, mientras que Guillermo de Torre en el epílogo traza el itinerario de las huellas whitmanianas en la poesía de varios países.