El castillo

Una tarde K llega a un pueblo gobernado por un mítico conde que habita un castillo en una gran colina.

El comienzo de la novela, en el que K deambula por el pueblo con la intención de visitar el castillo sin poder lograrlo, es la síntesis de una confrontación de sentidos que define el devenir de esta claustrofóbica obra de Kafka: por un lado el castillo extiende una compleja e imbricada red burocrática que a menudo provoca situaciones que socavan la dignidad humana, y que, sin embargo, es aceptada sin cuestionamientos por toda la gente del pueblo, y por otro lado está K que, fascinado, quiere primero penetrar y luego ser parte del sistema, viéndose constantemente rechazado.

Los sentimientos que prevalecen en la novela son la perplejidad y el desasosiego, algo que bien nos puede recordar a una niña que una vez atravesó un espejo, o evocar la pequeñez de un hombre común ante los grandes y enmarañados poderes administrativos de la vida.